No podía dar crédito tras una auditoría urgente en mi teléfono por cuestiones de economía de espacio en su memoria y en la mía propia, 1677 fotos capturadas en exactamente 376 días, más de 2000 veces disparado con un clic (se me ocurre que no están todas pues unas cuantas las borré) y …si se trata de todos los mensajes enviados que no son sólo un clic, no, mejor no lo digo, adelanto que superaba generosamente en número a las fotos.
Recordé que días atrás ya me sorprendí cuando el mecánico me recordó la cantidad de km. que había recorrido con mi coche en un añito.
Me dió que pensar unos días … y mientras aún procesaba todas estas cifras, supe de un estudio interesante, curioso, y frustrante la mayoría de veces, los usuarios nos pasamos una media de 120 horas, es decir, unos 5 días de un año de nuestra vida esperando a que el ordenador se encienda, se abran aplicaciones, cargando y descargando archivos…
Más que pensar…
Tarifas planas que nos tientan con minutos inalcanzables hasta que un día descubrimos que tenemos tanto que decir que nos son insuficientes e incongruentemente pensamos ¿Tanto habré hablado?¡Imposible!
Sucede que los números son muy efectivos para despertarnos de aletargamientos inconscientes o no, de acciones premeditadas o actos reflejos que realizamos cotidianamente y mientras no los contabilizamos pasan desapercibidos bien por exceso o por defecto.
Inevitablemente vino a mi memoria el relato “el Buscador” de Jorge Bucay, interesante cuento que resumo en su principio y transcribo en su final.
“Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador. Un buscador es alguien que busca, no necesariamente que encuentra. Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe lo que esta buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda..”
En su búsqueda, un poco antes de llegar a un pueblo, se detuvo a descansar en un bello paraje salpicado de piedras blancas que resultaron ser lápidas con una inscripción “Abdul Target, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 dias” “Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas,”Después de leer una tras otra las inscripciones se acongojó pensando que era un cementerio de niños, todas similares apenas sobrepasaban los once años de vida. El cuidador del cementerio al verlo tan apesadumbrado,
“Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
-No, ningún familiar -dijo el buscador- ¿que pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?, ¿porque tantos niños muertos enterrados en este lugar?, ¿cual es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que los ha obligado a construir un cementerio de chicos !
El anciano se sonrió y le dijo: -Puede usted serenarse, no hay terrible maldición. Lo que pasa que tenemos una vieja costumbre, le contaré. Cuando un joven cumple 15 años sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello. Y es tradición entre nosotros que a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella, a la izquierda, que fue lo disfrutado a la derecha, cuanto tiempo duró el gozo, conoció a su novia, y se enamoro de ella ¿cuanto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?, una semana, ¿dos?, tres semanas y media?
Y después…la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso, ¿cuanto duró?, ¿el minuto y medio del beso?, ¿dos días?, ¿una semana?… ¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo?, ¿y el casamiento de los amigos?, ¿y el viaje mas deseado?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un pais lejano?, ¿cuánto tiempo duró el disfrutar estas situaciones?.
Asi vamos anotando cada momento que disfrutamos, cada momento. Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba, porque ése es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido.”
Umm… para pensar… ahí lo dejo…